El Diccionario de la Lengua Española señala que cultura es el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social. En el idioma inglés, al menos tal y como aparece en el Diccionario Webster, existe una acepción semejante, según la cual, la cultura guarda relación con the costumary beliefs, social forms, and material traits of a racial, religious, or social group.
Este tipo de definiciones asumen que la cultura es una lista de habilidades y cosas que tienen un valor social evidente. Sin embargo, no queda claro qué es lo que se debería considerar como cultura: ¿hablamos de las destrezas adquiridas que permiten la creación o la identificación de objetos y escenarios culturales? De acuerdo con esta versión, la cultura se expresa en las capacidades mentales que hacen posible la creación de las obras de arte, de las leyes, de las danzas, de las tradiciones, etc.
Existe, sin embargo, otra versión plausible de lo que es la cultura que alude al conjunto de objetos que hacen parte de la estructura de una sociedad. En este caso, la cultura son las danzas, las leyes y las obras de arte en tanto productos de la interacción social.
La tensión entre diferentes versiones de lo que es la cultura no es un asunto nuevo. Alrededor de 1871, Taylor ya sugería una noción esencialmente materialista de la cultura en términos de un todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y, en síntesis, todas las habilidades y hábitos que el hombre adquiere como miembro de la sociedad. Casi un siglo después, Goodenough (1957) ponía énfasis en las capacidades mentales que servían de motor a las expresiones culturales. En su opinión, la cultura es todo lo que uno debe saber para desempeñar apropiadamente cualquiera de los roles que distinguen a los miembros de una comunidad determinada.
Al pasar revista por estas definiciones, Edwin Hutchins señala que el énfasis en las capacidades mentales –que podría llamarse idealismo-, o en una lista de objetos socialmente representativos –que constituye una forma de estructuralismo- pierde de vista lo que es característico de la idea de cultura, es decir, la verificación de un proceso adaptativo que recoge distintas soluciones (siempre parciales) a problemas recurrentes en la vida social. ¿Qué está en juego al caracterizar la cultura de esta manera?
La cultura como proceso pone en el centro de atención al ser humano. De lo que se habla, entonces, es de un proceso cognitivo, típicamente humano, en el que no tiene sentido hacer una distinción entre lo que ocurre dentro y fuera de la mente de los individuos. Lo que propone Hutchins, en consecuencia, es una visión integrada de la cognición humana en la cual uno de los componentes fundamentales de la cultura se expresa a través de procesos cognitivos y, del mismo modo, señala que la cognición es un proceso cultural.
En términos simples, el telón de fondo tras estas ideas resalta que cualquier intento por entender al individuo debe partir de un análisis serio y detallado de los procesos culturales que determinan a los seres humanos.
Otra discusión interesante que se desprende en este contexto tiene que ver con la relación que existe entre la biología y la cultura. Algunos suelen pensar el primer paso para entender la especie humana va de la mano del estudio de los procesos biológicos que la distinguen de todos los demás seres del universo. En este escenario, la cultura tiene un papel secundario y subordinado a los datos que los experimentos sobre la naturaleza y sus confines pueden brindar.
Por otra parte están quienes consideran que la división entre un ser humano biológico y un ser humano cultural no tiene ningún sentido, pues hombres y mujeres participan en uno y otro reino y lo que los define como tales es esta dualidad que sobrepasa los límites de la naturaleza para entremezclarse en los terrenos de la cultura. Al respecto, vale la pena prestar atención a lo que dice E. Morin.
Referencias:
Edwin Hutchins, Cognition in the Wild. The MIT Press, Cambridge, 1995
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