Un psicólogo clínico quiere hacer un estudio comparativo en varios países sobre la relación que existe entre la depresión y las redes de soporte o ayuda social con las que cuentan las personas que enfrentan esta enfermedad. La idea parte de considerar el soporte social como una variable independiente que se quiere operacionalizar en diferentes culturas. Como se trata de un buen investigador, el psicólogo de nuestro ejemplo ha decidido escoger tres clases de sociedades: la primera está compuesta por sociedades que presentan un nivel bajo de soporte social; la segunda la integran sociedades que tienen un nivel de soporte social intermedio; finalmente están las sociedades que tienen un nivel alto de soporte social. De lo que se trata, en consecuencia, es de establecer si los niveles de depresión se ven afectados por la existencia de dichos grupos de ayuda social -formal o informalmente constituidos.
Para alcanzar los objetivos del estudio el psicólogo decide diseñar una serie de cuestionarios culturalmente neutros que son aplicados por investigadores locales en cada uno de los países que integran la muestra de la investigación. Justo en el momento en el que comienza a recibir los resultados de campo, el investigador encuentra diferencias significativas en los datos recolectados que no puede explicar. Preocupado por este hecho decide ir a uno de los países en los que se desarrolla el estudio para discutir con los encuestadores locales sobre las divergencias en la información obtenida. Gracias a esta iniciativa, el psicólogo clínico aprendería algunos conceptos fundamentales acerca de las complejidades de la investigación transcultural. ¿En qué consisten tales enseñanzas?
Ese es, precisamente, el tema que Ernest Boesch aborda en el artículo The Seven Flaws of Cross-Cultural Psychology. The Story of a Convertion. El objetivo del texto es revelar los problemas a los que se enfrentan los investigadores cuando realizan comparaciones entre diversas culturas; problemas que deben tenerse en cuenta, pues allí se encuentran argumentos que explican por qué los viajes que hacen los equipos de investigación "al fin del mundo" pueden convertirse en experiencias frustrantes que no arrojan datos significativos que permitan comprender un fenómeno específico.
Los siete errores que enuncia Boesch son los siguientes:
1. El primer asunto tiene que ver con lo que el autor llama "un alegato" en favor de los estudios culturales por encima de los estudios transculturales. Esta observación supone que la comprensión de lo que ocurre en una sociedad en particular depende del contexto cultural en el que se desarrolla el estudio. Así, continúa el argumento, la cultural no puede considerarse como una variable independiente. Para efectos prácticos lo anterior significa que el investigador de nuestro ejemplo debe tomar en consideración los elementos culturales que impactan la noción de soporte social y de depresión en una sociedad específica. El conocimiento de la cultura que alimenta los fenómenos que se quieren comprender revela, en consecuencia, la imposibilidad de aplicar cuestionarios culturalmente neutros, pues de lo que se busca es entender el significado de dichos fenómenos y la manera como una comunidad concreta los enfrenta.
2. El segundo error está íntimamente ligado al anterior. Una investigación sensible a las diferencias culturales rápidamente revela la imposibilidad de obtener muestras que sean estrictamente comparables; algo así como decir que un estudio culturalmente sustentado se soporta en la articulación de casos únicos que ponen sobre la mesa diferentes formas de enfrentar un problema.
3. El tercer error va atado a la creencia en la posibilidad de diseñar instrumentos para la recolección de datos sobre la base de conceptos que tengan un mismo significado en todas las culturas. ¿Se puede asumir que una enfermedad como la depresión se manifiesta de la misma manera en todas las culturas? ¿Resulta sensato pensar que las redes de apoyo social funcionan de la misma manera en todo el mundo? Estos son interrogantes a los que, según Boesch, se debe prestar atención, pues difícilmente los instrumentos de medición tienen un significado equivalente en todas las comunidades.
4. En cuarto lugar se hace alusión a la idiosincrasia de las personas encargadas de recolectar los datos. Usualmente se cree que un entrenamiento sobre la manera de hacer preguntas y las formas de resolver los problemas que surgen en el campo es suficiente para obtener información significativa. De esta forma, se olvida que la manera como se articulan los métodos de investigación depende de los rasgos de personalidad de los investigadores. En el trabajo de campo, por ejemplo, un doctor en psicología puede asumir presupuestos distintos a los que inciden en la recolección de datos que hace un estudiante. Lo mismo se puede decir cuando hay diferencias respecto de la extracción social, la formación, y el origen de los investigadores que hacen parte del equipo de trabajo. Lo que algunos pueden considerar como un dato esencial que tiene que reportarse puede pasar desapercibido para otras personas.
5. El quinto problema que afecta el desarrollo de una investigación surge de la manera como se presentan las preguntas de investigación. En concordancia con lo ya dicho, dichas preguntas también están atadas a las especificidades culturales de cada pueblo y, por lo tanto, la manera como se relaciona una enfermedad como la depresión con diversos niveles de apoyo social depende de la manera como se articulan tales conceptos dentro de una comunidad. La pregunta de investigación, por lo tanto, no siempre es la misma en todas partes del mundo.
6. De otra parte debe considerarse que las personas que participan en una investigación no son simples sujetos de estudio, es decir, fuentes pasivas del tipo de información que el diseño de investigación demanda. Una aproximación cultural al conocimiento parte del reconocimiento de la capacidad que tienen los seres humanos de llenar de significado su propia experiencia y, por esa vía, otorgar sentido a nociones -como las de depresión y grupos de apoyo- en términos no previstos por el investigador al momento de concebir su proyecto. Buena parte de un trabajo transcultural recide, entonces, en la habilidad de los investigadores para saber oír los matices y variaciones que crean quienes participan en la investigación.
7. Finalmente, no se puede olvidar que la investigación psicológica, especialmente si se desarrolla en distintos lugares del globo, no es un asunto de medidas sino de interacciones y, en consecuencia, cualquier trabajo transcultural tiene que estar precedido de un detallado trabajo de investigación cultural local. En otras palabras, la validez de los hallazgos transculturales depende de la investigación intra-cultural que se lleve a cabo.
Si se presta atención a estos siete errores con el ánimo de no incurrir en ellos, el trabajo de un investigador como el que ha servido de ejemplo se enfrentará a uno de los problemas básicos de la investigación psicológica cultural: es urgente dejar atrás la perspectiva colonial con la que el conocimiento se ha impuesto alrededor del mundo durante los últimos dos siglos. Los principios y reglas que han servido para comprender un fenómeno particular con frecuencia no son útiles para entender lo que pasa en otras partes de la tierra.
Referencia:
Ernest Boesch, The Seven Flaws of Cross-Cultural Psychology. The Story of Conversion. Mind, Culture and Activity. Volumen 3, Número 1, 1996.
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